El singular palacio que sirve de portada en estos artículos se denomina Bagi Kösgi o "Palacio de la Felicidad". |
En el anterior capítulo hablábamos del insano culto a la personalidad que habían impuesto los sucesivos presidentes de Turkmenistán. Quizás donde mejor se reflejan los caprichosos gustos, de Niyázov primero y de Berdimuhamedow después, es en estas ciudades y muy especialmente en Ashgabat, la capital del país:
Aşgabat, la ciudad del amor:
Ashgabat es la capital de Turkmenistán, y se encuentra situada junto a un oasis en el desierto de Karakum, muy cerca de la frontera con Irán. Se trata de una ciudad relativamente joven situada cerca de la antigua Nisa (la capital de los partos) y de las ruinas de Konjikala, en la Ruta de la Seda (que fue destruida por los mongoles). Su nombre vendría a significar "la ciudad del amor" en persa antiguo.
En 1869, el ejército ruso construyó una fortaleza sobre una colina cercana. En una región donde las ciudades son sistemáticamente destruidas hasta los cimientos, la presencia militar dio cierta seguridad y garantías a numerosos mercaderes y artesanos que vivían por la zona. Pocos años más tarde, en 1881, se fundaba la aldea de Ashgabat aprovechando la protección que brindaba esta fortificación.
En 1884 toda la región fue anexionada a Rusia, que decidió dar un impulso a esta ciudad debido a su proximidad al territorio de Persia, bajo influencia británica. En aquella época, Ashgabat era una ciudad moderna y elegante, con numerosos edificios de estilo europeo. A partir de 1927, ya bajo el control soviético, la ciudad experimentó un rápido crecimiento e industrialización que sin embargo se vería truncado 20 años más tarde.
El 6 de octubre de 1948 un terremoto de grado 9 en la escala de Richter, sacudió toda la región dejando sin vida a más de 110.000 personas (2/3 de la población total) y destruyendo la mayoría de los edificios. Por este motivo, hoy en día Ashgabat no cuenta con el típico casco antiguo oriental que poseen otras muchas ciudades centroasiáticas.
Dentro de la desgracia que supone cualquier terremoto, ahora Ashgabat tenía la oportunidad de modernizarse, adaptarse a los nuevos tiempos y a las necesidades de sus ciudadanos. Pero una vez más, no hubo suerte ni sentido común; Ashgabat se modernizó, pero adaptándose a los caprichos de los sucesivos dictadores, el resultado es una ciudad absurda, una fantasía disfuncional en la que vivir es una experiencia tan cara como desoladora.
Ashgabat se convirtió en una suerte de lujo centroasiático que proyectaría la imagen del moderno Turkmenistán en el mundo exterior. La principal y única prioridad durante el diseño y reconstrucción de esta urbe fue conseguir récords Guinness a base de despilfarrar miles de millones de euros. Actualmente, la seña de identidad de la ciudad son sus absurdas plusmarcas: el mayor conjunto de fuentes del planeta, el centro de deportes acuáticos más grande, el edificio con forma de estrella más alto o la mayor noria empotrada en una estructura metálica de todo el mundo.
De entre todos estos récords, el que más enorgullece a sus gobernantes es el que la reconoce desde 2013 como "la ciudad con más edificios de mármol blanco de todo el planeta". Efectivamente, la mayoría de los edificios gubernamentales en Ashgabat están recubiertos de mármol blanco (el color preferido de Berdimuhamedow). Un total de hasta 543 edificios que suponen unos 4,5 millones de metros cuadrados de mármol blanco, en muchos casos importado desde el extranjero.
El índice de Albedo de Ashgabat debe ser elevadísimo |
La joya de esta fantasía marmolea sería el palacio presidencial, un edificio con una espectacular cúpula dorada que costó más de 220 millones de euros y al cual no se le deben sacar fotos (como la de arriba). Para construir su modesta residencia, el Protector demolió todas las casas que rodeaban la zona (suponemos que por criterios estéticos) y bloqueó toda una avenida entera para su uso exclusivo y personal; en este bulevar está terminantemente prohibido abrir las ventanas o instalar aires acondicionados.
Por motivos obvios, está prohibido circular por esta impoluta ciudad con el coche sucio. Antaño también estaban prohibidos los coches oscuros o negros (suponemos que por ser su color menos favorito). En la actualidad ya se ha retirado esta prohibición, aunque el 99% de los vehículos siguen siendo blancos... no vaya a ser que el presidente se vuelva a enfadar con el color negro.
Ashgabat no es una ciudad acogedora, ni siquiera un sitio en el que apetezca estar más de lo estrictamente necesario. La sensación desoladora de encontrarse en un escenario postapocalíptico es una constante, la mayoría de los edificios no aceptan visitas, los habitantes se concentran en barriadas periféricas donde no alteran la estética de la "ciudad del amor" y las flamantes instalaciones están prácticamente sin uso. Esto le ha ganado el sobrenombre de "la ciudad de los muertos" entre sus escasos ciudadanos. Sea la hora del día que sea, las calles de Ashgabat están prácticamente desiertas. Los habitantes que deambulan por ellas son mujeres, uniformadas de verde, que limpian meticulosamente las fuentes, las estatuas, cada baldosa de plazas y aceras...
Un ejercito de limpiadoras vestidas de verde mantienen impoluta la capital. |
Uno de los motivos por los que Ashgabat puede ser una de las ciudades menos acogedoras del mundo es otro récord mucho menos conocido y del que sus gobernantes no presumen tanto. Recientemente Ashgabat ha sido calificada como la ciudad más cara para vivir de todo el mundo, para llegar a esta conclusión se han estudiado los precios de 200 bienes y servicios en distintas ciudades. Pero, ¿Cómo llega una ciudad con apenas 1 millón de habitantes a ser más cara que Nueva York, París o Tokio? El secreto está en la altísima inflación que sufre.
Turkmenistán depende en gran medida de las exportaciones de gas natural a Rusia, y el bajo precio al que se ha pagado el gas en los últimos años ha ido haciendo a la población de Ashgabat cada vez sea más pobre. En 2014, los precios de la energía se desplomaron, lo que hizo subir la inflación y con ella los precios de los alimentos. Con la pandemia de 2020 las cosas empeoraron y los ciudadanos de Ashgabat quedaron una situación crítica, sin recursos y con unos precios disparatados para su nivel de vida.
En Asjabad viven un millón de personas, pero en barrios como Berzengi apenas se dejan ver ya que "estropean" la perfección diseñada por su líder. |
Si hay un lugar que condensa la quintaesencia de esta surrealista ciudad, ese es Berzengi, un barrio de reciente creación y que no ha parado de crecer desde que Turkmenistán se liberó del control de la URSS. Berzengi básicamente consiste en una mole de mármol blanco, rodeada de 15 millones de pinos recién plantados rodeados a su vez de implacable desierto. La mayoría de los edificios en este extraño barrio son instituciones oficiales y su arquitectura podría definirse como una mezcla entre neoclásica (con columnas dóricas incluidas) y futurista con burdas pretensiones simbólicas: el Ministerio de Energía tiene forma de mechero, el de Educación es un libro abierto…
Edificios de ministerios, oficinas, universidades, embajadas... todos recubiertos del omnipresente mármol blanco bordean anchas avenidas de ocho o diez carriles sin apenas tráfico. Hasta las paradas de autobús participan en esta orgía derrochadora: en este barrio son habitáculos cerrados con televisión y aire acondicionado.
Desde sus inicios, Berzengi ha sido un monumento a la pomposidad. Numerosos memoriales repartidos por todo el barrio rinden homenaje a Sapurmurat Niyázov, el padre de todos los turkmenos. Muchos de ellos ya los vimos en el capítulo anterior: desde el Arca de la Neutralidad, un trípode coronado por una estatua de Niyázov bañada en oro, pasando por el Monumento a Ruhnama, hasta la descomunal Plaza de la Independencia, con jardines cuidados con mimo y exuberantes fuentes... pero siempre vacía.
De noche, la Plaza de la Independencia tiene la iluminación que cabría esperar de un país con electricidad casi gratuita. |
En los últimos años, a estos memoriales se les han sumado numerosos edificios públicos como museos, bibliotecas, estadios... que sin embargo no parecen adaptarse a las necesidades de sus habitantes. La mayoría de los edificios de Ashgabat no responden a ningún criterio práctico o funcional, son un mero reflejo de los antojos del dictador de turno y su obsesión por los récords. Un ejemplo de esto sería el Museo de las alfombras, en cuya entrada una gigantesca alfombra tejida a mano ostenta el récord Guinness a la alfombra más grande del mundo.
Otro edificio que también ha logrado entrar en el libro de los récord Guinness es la Rueda de la Fortuna, la noria interior más alta del mundo. Cuenta con 24 cabinas desde las que se pueden admirar las vistas de... nada. Al estar completamente cubierta por metal y cristal, el viaje puede resultar muy decepcionante, los pocos turistas que la visitan lo suelen hacer más por el morbo que por la panorámica.
Eso sí, una de las cabinas está permanentemente cerrada y reservada para el presidente, cuenta con una decoración profusa y un ordenador, quizás para que el presidente no se aburra durante el trayecto.
la Rueda de la Fortuna es la mayor noria cubierta del mundo |
Esta disonancia entre funcionalidad y coste es prácticamente el sello distintivo de Turkmenistán; obras faraónicas que dan lugar a edificios absurdos. Muchos de estos edificios se convierten en llamativos símbolos del país, pero al nacer sin un cometido o función claramente definidos, suelen quedar en desuso o infrautilizados, monumentos costosísimos con forma de edificio.
Uno de los edificios más emblemáticos de la capital y un gran exponente de esto último es el Bagi Kösgi o "Palacio de la Felicidad" que sirve de portada a este artículo. Un espectacular edificio en el que la mayor parte es una bola de espejos encerrada en un marco. No se sabe a ciencia cierta cual era su cometido, pero hoy en día es un escenario recurrente para celebrar bodas. Los novios que se casan aquí pueden y deben sacarse una fotografía frente a un retrato del amado líder.
El Palacio de la Felicidad en invierno |
No todos los edificios son construcciones raras y sin sentido, algunos tienen una función claramente definida y la mejor de las voluntades, pero están escalados para una realidad muy distinta a la de Turkmenistán.
Un caso tan triste como desolador sería la Biblioteca Nacional de Ashgabat. No existen datos sobre el coste de este inmenso edificio de cuatro plantas en el que trabajan unas 680 personas con capacidad para atender hasta 1600 lectores, pero lo que si se sabe seguro es que este coste no se amortizará jamás. En la práctica sus usuarios no suelen llegar a la docena, lo cual en cierto modo era lógico y previsible. En un país en el que la censura alcanza cotas absurdas, una biblioteca de estas dimensiones no tiene ningún sentido. A pesar de que afirman tener 6 millones de libros, en sus baldas solo es posible encontrar los 68 libros que supuestamente ha escrito Berdimuhamedow, el protector.
Biblioteca Nacional de Ashgabat |
En este coleccionismo de récords no se repara en gastos y el resultado suelen implicar que muchos de estos majestuosos edificios no estén escalados en base a la demanda o necesidades reales. Un magnífico ejemplo sería el Aeropuerto de Ashgabat, una infraestructura que costó cerca de 2.000 millones de euros, diseñada para atender a 1600 pasajeros por hora, pero que nunca ha operado ni al 10% de su capacidad.
Para construir este espectacular aeropuerto, se derribó por completo el pueblo de Choganly. Amnistía Internacional denunció el traslado forzoso de al menos 50.000 personas que tuvieron que buscar un nuevo hogar lejos de esta zona. Si bien hay muchos ejemplos en que puede estar justificada una operación de esta envergadura, en el caso de este aeropuerto los motivos eran mucho más triviales: "Al presidente le preocupaba que los extranjeros viesen un pueblo vulgar y corriente cuando mirasen por las ventanillas del avión."
Con su característica forma de ave, remodelar el aeropuerto de Ashgabat costó unos 2.000 millones de euros. |
La última macro-obra ha sido la ampliación del Estadio Olímpico de Ashgabat. Desde su creación en el año 2000, esta sobredimensionada obra tan solo ha acogido ha acogido unos Juegos Asiáticos durante 10 días. Unos juegos en los que inesperadamente, Turkmenistán logró más medallas que China, Japón o Australia.
A pesar de su nombre, este estadio jamás ha sido olímpico, lo cual no ha impedido que en 2007 se ampliase su capacidad hasta los 50.000 espectadores. En 2017 se volvieron a invertir cerca de 5.000 millones en una fastuosa villa olímpica que apenas se utilizó un par de semanas durante los 'Asian Indoor and Martial Arts Games'.
Una cabeza de caballo preside el estadio olímpico de Ashgabat. |
En resultado de este anti-urbanismo son calles vacías por las que solo patrullan policías y militares vigilando el palacio presidencial. Berzengi y gran parte del centro de Ashgabat son un escenario flamante pero sin actores; mientras tanto, en la periferia, los turkmenos se esmeran en sobrevivir y residen en caóticas barriadas de origen soviético.
Sin embargo, como buena autocracia que es, el regimen turkmeno no iba a permitir que la miseria de sus ciudadanos le amargase el diorama. En uno de los planes de realojamiento urbano más masivos del mundo, el gobierno turkmeno ha puesto en marcha un gigantesco plan de desplazamiento de los habitantes de la capital hacia el paraíso del mármol. Las pequeñas viviendas de estilo ruso de la periferia son demolidas mientras sus habitantes son reubicados en Berzengi.
Podríamos llenar páginas analizando cada uno de los edificios del centro de Ashgabat, la mayoría supuran barroquismo, derroche y desolación, pero es hora de conocer otras ciudades igualmente fallidas de Turkmenistán:
Awaza, la Dubai del Mar Caspio
Quizás lo único realista del proyecto de zoológico y acuario de Awaza sea el paisaje desértico del fondo... y las decoraciones estilo alfombra de los bordes |
Pocos kilómetros al sur de la ciudad portuaria de Turkmenbashi, a orillas del Mar Caspio, se encuentra una estación balnearia surgida de la nada. Awaza es un megaproyecto inaugurado en Junio de 2009 que pretende ser un referente mundial en arquitectura, ingeniería civil, diseño técnico y creatividad... como sus promotores se apresuran a repetir: "la Dubai del Mar Caspio"
Inicialmente se diseñó como un centro de vacaciones con capacidad para 120.000 turistas. Situada en pleno desierto, esta ciudad es posible gracias a un costoso y sofisticado sistema de irrigación que incluye un río artificial. Su arquitectura pomposa no tiene nada que envidiar a la de Berzengi (si es que tal cosa es envidiable). En la actualidad, Awaza cuenta con una treintena de hoteles clónicos de diseño exquisito, glamurosos restaurantes internacionales, un canal navegable de 7 km, un bosque en mitad del desierto, un enorme parque acuático con una cúpula deslizante, un delfinario, un planetario, balnearios, campos de fútbol, hipódromos, velódromos, dos clubes de yates, un complejo para esquiar con una pista de 1.200 metros y la joya de la corona: un gran palacio de congresos en el que, como es costumbre, no se ha escatimado en gastos.
El llamativo centro de congresos de Azawa |
Lo primero que conoceremos de la joven ciudad es un gigantesco parking de varias plantas con capacidad para miles de coches (blancos). Los visitantes deben dejar su vehículo a la entrada del complejo y desplazarse en taxi o autobús por este resort que pretende ser la ciudad de veraneo de todo Turkmenistán. Sin embargo, lo más probable es que nos encontremos una veintena de coches aparcados, nada de aglomeraciones ni agobios.
La cruda realidad es que, una vez más, la ciudad no cumple con sus ambiciosos objetivos. Los visitantes oscilan entre unas pocas decenas fuera de temporada y menos de mil durante los meses de Julio y Agosto. En un país donde hay que superar una carrera de obstáculos para lograr un visado como turista es lógico que el turismo internacional no se anime a viajar hasta aquí, y si lo hacen, no podrán salir del recinto libremente y estarán en todo momento vigilados. Lo que vienen siendo unas relajadas vacaciones en la Corea del Norte centroasiática.
Los precios de los hoteles y los paquetes turísticos son desorbitados para la mayoría de los turkmenos, por lo que el turismo nacional tampoco parece una opción. El pasado verano el gobierno turkmeno decidió tomar cartas en al asunto y apostó por una innovadora fórmula: todos los funcionarios públicos de la región de Dahsoguz fueron amenazados con el despido si no veraneaban en Awaza.
A pesar de la tentadora oferta, volvió a ser un fracaso estrepitoso.
Llenazo en una de las playas de Azawa |
Actualmente, la ocupación dista mucho de ser máxima, incluso durante la temporada alta, pero a pesar de esta escasa afluencia, Azawa es uno de los pocos sitios de Turkmenistán en el que distintas etnias y nacionalidades se relajan y divierten con relativa naturalidad. Los turkmenos que veranean aquí suelen mostrarse tan curiosos por el modo de vida fuera de sus fronteras como discretos con lo que sucede dentro de ellas. La convivencia entre turistas turcomanos (tradicionalmente musulmanes) y rusos (los principales visitantes extranjeros) suele dar lugar a curiosas escenas, una extraña relación que de algún modo funciona.
En un país laico y con enseñanza religiosa prohibida, si bien es cierto que no hay un fervor religioso a la altura de otras regiones musulmanas, las turcomanas siguen siendo tímidas y retraídas; rara vez se bañan y si lo hacen es con un largo vestido que cubre cada centímetro de su cuerpo. En contraste, rusos y rusas beben hasta la inconsciencia, se pasean con tacones y bikinis y chapotean en el agua ante la indiferencia de los locales.
Al margen de estas tiernas estampas veraniegas, actualmente el lujoso complejo parece una ciudad fantasma y sus inmensas avenidas permanecen desiertas la mayor parte del año. Los pocos habitantes que hay suelen ser trabajadores, y a pesar de que ya nadie alberga muchas esperanzas, siempre están alerta ante la posible llegada de un visitante despistado. Todos los hoteles permanecen abiertos y con todo el personal en sus puestos, los taxis recorren las calles en busca de un posible cliente y los autobuses trasladan al personal entre los distintos edificios, siempre iluminados y funcionando a pleno rendimiento. Y así pasan sus vidas...
Azawa puede parecer desolada, pero es que lo está |
El “Caribe de Turkmenistán”, ya lleva gastados más de 1.500 millones de dólares y se siguen construyendo más y más instalaciones (la última ocurrencia fue una pista de esquí de más de 20 hectáreas) en una especie de huida hacia adelante. Awaza, se ha convertido la apuesta personal del presidente Gurbangulí Berdimujamédov, al igual que el marmol blanco fue el sello distintivo de su antecesor.