Los Friendly Floatees son los protagonistas de nuestra historia de hoy |
El 10 de enero de 1992, el buque de carga "Ever Laurel" surcaba el Océano Pacífico a la altura de la línea internacional del cambio de fecha (44ºN, 178º E), un punto a miles de kilómetros de cualquier superficie emergida y aun más lejos de cualquier lugar habitado. El carguero estaba cubriendo la ruta entre Hong Kong y Tacoma (Washington), cuando una tempestad más violenta de lo habitual lo sorprendió. Olas de más diez metros de alto y vientos huracanados de 150 km/h zarandearon el enorme barco (de 330 metros de eslora y hasta 104.000 toneladas de peso). En un momento dado, la tormenta rompió las fijaciones que sujetaban dos columnas con seis contenedores de altura (algo más habitual de lo que nos gustaría creer) y así fue como doce contenedores se zambulleron en el Pacífico comenzando la historia que hoy nos ocupa...
El carguero Ever Laurel |
Los contenedores contenían las típicas cosas "Made in China" que tanto nos gustan en Occidente; uno de ellos en concreto llevaba 28.800 animales de plástico para jugar en la bañera: castores rojos, ranas verdes, tortugas azules y... patitos amarillos de goma.
Este contenedor chocó con sus compañeros zarandeado por las olas, hasta que sus puertas se abrieron y su animalesco contenido quedó a la deriva en alta mar. A pesar de que los juguetes llevaban protecciones de cartón, el agua salada del océano las degradó rápidamente y pronto los patitos quedaron libres para emprender su odisea: un periplo de más de 15 años que nos ayudaría a comprender las dinámicas de las corrientes marinas y que daría lugar a uno de los experimentos más fascinantes de la oceanografía moderna.
Arrastrados por las corrientes marinas y a merced de brutales tormentas como las que habían provocado su fuga, diez meses después del incidente los patitos empezaron a llegar a las costas. Todo empezó con diez heroicos patitos que aparecieron en una playa de Sitka (Alaska) a 3.200 kilómetros de distancia del lugar en el que el 'Ever Laurel' había perdido los contenedores.
En las costas de Sitka, en Alaska, estaban acostumbrados a encontrar todo tipo de objetos vomitados por el mar, pero éste objeto en concreto era muy especial, podía tratarse del Santo Grial de los oceanógrafos...
La espectacular bahía de Sitka |
Normalmente los oceanógrafos utilizan "botellas a la deriva" para estudiar las corrientes superficiales del mar. Debido a las enormes dimensiones de los océanos, estas botellas tienen una tasa de recuperación bastante baja, en torno al 2%. Teniendo en cuenta que en el mejor de los casos se suelen emplear entre 1000 y 1500 botellas, esto reduce a una treintena las botellas que llegan a recuperarse. Una muestra demasiado escasa que limita en gran medida las conclusiones de este tipo de experimentos.
La noticia del avistamiento de patitos de goma pronto llegó a oídos de Curtis Ebbesmeyer y James Ingraham, que trabajaban en la Universidad de Washington. Ebbesmeyer e Ingraham llevaban años estudiando las dinámicas oceánicas; unos años antes se habían enterado que Nike había perdido 61.000 zapatillas en mitad del océano y desde entonces habían propuesto perseguirlas. Sin embargo las deportivas se degradaban a gran velocidad, mucho más que las botellas, por lo que a pesar de su gran número, la búsqueda de zapatillas no había dado grandes resultados.
El oceanógrafo Curtis Ebbesmeyer posa orgulloso con los cuatro modelos de friendly floatees |
Tras años buscando Nikes por las playas sin mucho éxito, la aparición de patitos navegantes en las costas de EEUU era una magnífica noticia. Rápidamente, Ebbesmeyer e Ingraham empezaron a tirar del hilo y llamaron a cientos de habitantes a lo largo de los 850 kilómetros de costa de esta región de Alaska. Los valientes patitos de goma que habían aparecido en Alaska eran el objeto perfecto para sus estudios: numerosos, imperecederos, hechos para flotar, fácilmente reconocibles y carismáticos... merecía la pena averiguar si había más. Y los había.
El 28 de noviembre, doce días después del primer avistamiento, se encontraron otros 20 patitos. Durante los siguientes meses aparecieron otros 400 más solo en las costas de Alaska. Pero la cosa no acabó ahí, los resilientes juguetes aparecieron en las Aleutianas, en Canadá, en Hawái...
Así empezó una carrera por ajustar y comprobar los modelos de corrientes oceánicas. Los investigadores celebraban cada nuevo avistamiento de patitos en las playas del Pacífico, al principio acertaron prediciendo que los patos llegarían a las costas de Washington en 1996, y efectivamente pronto empezaron a llegar a diversos puntos de la costa de este estado. Pero no se quedaron ahí, los modelos también pronosticaban que un buen número de patos logarían atravesar el estrecho de Bering (una empresa en la que han muerto numerosas tripulaciones) y que, entre julio y diciembre de 2003, llegarían al Atlántico norte. Efectivamente, los intrépidos patos aparecieron una vez más en el estado de Maine, al otro lado del continente, puntuales a su cita con la ciencia.
Mientras tanto, "The First Years ICC", la empresa que producía los Floatees (así era como se llamaban los famosos patos), vio clara la oportunidad de convertir este accidente en una estupenda campaña de marketing. Así empezaron a ofrecer una recompensa de 100$ (en forma de bonos de ahorro) a quien lograse encontrar algún pato fugitivo. Durante el año 2004, se reportaron numerosos casos por todo el Atlántico, desde la costa este de Canadá y EEUU hasta las playas de Islandia y de otros países de Europa.
Rutas y avistamientos de patitos entre 1992 y 2007 |
Tras viajar miles de kilómetros por mar abierto, diez después de haber empezado su periplo, los patitos cambiaron la vida de Donovan Hohn. Donovan era un profesor de instituto sin gran experiencia en el mar. Un día uno de sus alumnos le contó la historia de los animalitos de plástico durante un trabajo escolar. Por lo visto Hohn quedó fascinado, llevado por la curiosidad se puso a investigar el suceso y acabó obsesionado con esta historia.
Descubrió que existía un colectivo que se autodenominaban los "rastreadores de playas", como su nombre indica eran una especie de chatarreros seapunk que se dedican a ir de playa en playa buscando los tesoros que arrastraba el océano hasta la orilla. Después investigaban estos restos y trataban de averiguar su origen.
Curtis Ebbesmeyer con algunos de los tesoros que encontró como rastreador de playas. |
Donovan Hohn siguió sumergiéndose en la espiral y decidió viajar hasta Sitka, el lugar donde habían aparecido los primeros patitos. Este viaje iniciático acabó de trastocar su vida. Hohn dejó su trabajo y a su mujer parturienta y se dedicó durante los siguientes años a descubrir todo cuanto fuese posible sobre los patos de plástico. ¿Cómo y cuándo se convirtieron en el rey de las bañeras infantiles? ¿por qué el pato es el juguete de baño por excelencia en el imaginario colectivo? ¿Cómo y dónde se fabrican los patitos? ¿Cómo se distribuyen y transportan? ¿Qué clase de tormenta pone en peligro a un coloso de 330 metros de largo? ¿Qué fue de los patos que no aparecieron? ¿Por qué si cayeron juntos unos llegaron a EEUU y otros a Rusia?
Las respuestas a muchas (pero no todas) de estas preguntas las encontró en oscuras fábricas chinas, barcos portacontenedores con banderas de conveniencia, rompehielos árticos, barcos oceanográficos, playas remotas cubiertas de basura traida por el mar y como gran colofón: la gran isla de plástico del Pacífico. Toda esta búsqueda quedó plasmada en 2011 en un libro llamado Moby-Duck, una divertida epopeya entre la investigación científica y la novela de aventuras.
El resultado de todo este viaje fueron unos sistemas de simulación de corrientes oceánicas superficiales mucho más afinados que utilizaban la presión atmosférica así como otros factores para predecir las dinámicas del mar. Sistemas que desde entonces han ayudado a los barcos pesqueros a elegir caladeros, han permitido diseñar viajes largos más eficientes, pero también han permitido encontrar restos de naufragios y objetos perdidos en alta mar. Sin embargo, los últimos estudios en fluidos turbulentos demuestran que a pesar del empeño de los científicos era imposible predecir el viaje de ninguno de estos flotadores amistosos.