12 marzo 2022

Ciudades Fantasmas Vol. IV - Las fiebres del oro

Bodie en California, EEUU (ghost town bodie, Alex Browne)

En anteriores entradas veíamos las distintas catástrofes que pueden causar el abandono de una ciudad, sin embargo ésta no suele ser la causa más frecuente por la que se crea una ciudad fantasma. Los cambios en la estructura social o económica de una región son los principales responsables tanto del auge como del declive de muchos de estos asentamientos. En la mayoría de los casos es difícil culpar a un solo factor del declive económico de estas ciudades, se suelen combinar distintas causas como el agotamiento de recursos, ciclos económicos, una menor rentabilidad de su principal actividad económica, decisiones políticas o administrativas... cambios en resumen, que pueden poner muy cuesta arriba el futuro de estas comunidades.

En algunos casos, los cambios pueden ser intencionados y responder a un proceso de ordenación del territorio (cambios de capitalidad, trazado de vías de comunicación o distribución de servicios e infraestructuras). Sin embargo, en el caso de las ciudades fantasmas no podemos hablar de una detonación controlada; suelen ser los cadáveres que dejan a su paso procesos demográficos a escala global, como el éxodo rural, que ha causado la pérdida de un tercio de la población de las Grandes Llanuras de Estados Unidos desde 1920.

El ocaso de las fiebres del oro:

Sin duda, uno de los motivos más frecuentes, una actividad o recurso que justificaba la creación de una ciudad (una mina, un yacimiento, un reclamo turístico...) se termina agotando. Otras veces, la economía en la que se basa el pueblo sufre un colapso (por ejemplo, se desploma el precio de una materia prima). En estos casos, los pueblos que surgieron en torno a la actividad, desaparecen tan rápido como aparecieron. Hoy en día el desmantelamiento de estas instalaciones se realiza de forma planificada, pero antaño, la fiebre del oro creaba ciudades con una vida intensa pero corta, que en muchos casos se convertían en ciudades fantasma en cuanto el recurso se agotaba.

Rhyolite, en Nevada (EEUU)

El caso más conocido serían los antiguos pueblos mineros del oeste de Estados Unidos. Los habitantes de estas regiones se vieron obligados a buscar otras zonas más productivas cuando se agotaron los recursos que habían disparado la demanda de mano de obra. Este mismo fenómeno se repite en menor medida en estados del Este y del Sur. Algunos de estos pueblos fantasmas todavía conservan muchas de sus construcciones (como en Bodie, California), algunas ruinas (Rhyolite, en Nevada) o los cimientos de sus edificios importantes (Graysonia, en Arkansas). Otros campamentos mineros perdieron la mayor parte de su población en alguna punto de su historia y pasaron a considerarse fantasmas (Aspen, Deadwood, Oatman, Tombstone o Virginia City), sin embargo han conseguido recuperarse y actualmente son pueblos y ciudades activos.

Algunas ciudades fantasma, especialmente aquellas que conservan la arquitectura de un período concreto, se acaban convirtiendo en pintorescas postales detenidas en el tiempo. Algunas de ellas logran convertirse en importantes reclamos turísticos, ciudades como Bannack (EEUU), Barkerville (Canadá) o Dhanushkodi (India) viven una segunda juventud en la que son visitadas a diario por cientos de curiosos.

En demasiadas ocasiones, el turismo es el último tren para estos pueblos, la última oportunidad de salvarse del olvido, un tenue rayo de esperanza con el que afrontar su destino. En 2002, Bodie y Calico, dos ciudades del sur de California, acabarían enfrentándose por el título de "ciudad fantasma oficial de la fiebre del oro", finalmente llegaron a un acuerdo en el que Bodie obtuvo el oro y Calico la plata ("Ciudad fantasma oficial de la fiebre de la plata en California").

Bodie (EEUU), la ciudad fantasma oficial de la fiebre del oro en California

Bodie es un magnífico ejemplo de juguete roto por la fiebre del oro: A mediados del siglo XIX la actividad minera en Sierra Nevada empezaba a dar señales de agotamiento, algunos gambusinos (pequeños buscadores de oro/joseadores) intentaron probar fortuna en otros lugares... uno de ellos, William S. Bodey, terminaría descubriendo una veta de oro en esta zona en 1859, en un lugar que posteriormente pasaría a ser conocido como Bodie Bluff en su honor.

En solo 20 años el pueblo alcanzó su máximo apogeo. En ese época una de las minas, la Standard, tenía una treintena de yacimientos que generaban 400.000 dólares mensuales. Para el año 1878 Bodie había alcanzado los 5.000 habitantes, al año siguiente duplicaría su población. 

Como toda ciudad que se precie en el salvaje oeste, Bodie contaba con sus 65 saloons; además también contaba iglesias, bancos, restaurantes, burdeles, una sala de ópera, una escuela y tres periódicos locales.
Como toda ciudad que se precie en el salvaje oeste, Bodie no era ningún remanso de paz; era un lugar con mala reputación, donde los crímenes eran frecuentes. Un religioso de la época lo describió como "un mar de pecado, azotado por la tempestad de la lujuria y la pasión".

El declive de Bodie empezó en 1882 con la bancarrota de las compañías mineras, provocando que la población empezara a emigrar. A pesar de todo, dos empresas se unieron para continuar operando. En los años 1892 y 1898 la localidad sufrió varios incendios. En 1915 el empresario James Stewart Cain pasó a administrar el campo minero al mismo tiempo que implantaba una serie de prometedores negocios. En 1932 un nuevo incendio arrasó toda la ciudad dejando daños en el 95 por ciento de sus edificios. Durante la Gran Depresión, las minas locales continuaron funcionando pero con un rendimiento muy escaso; la última de ellas cerraría poco después de la Segunda Guerra Mundial. Sus escasos habitantes murieron en esa misma época, con lo que Bodie pasó a convertirse oficialmente en una "ciudad fantasma". 

En los años 60, Bodie fue designada Distrito Histórico de los Estados Unidos; desde entonces, las casas de madera de Bodie permanecen intactas e inalteradas, paradas en el tiempo. El lugar es uno los despoblados mejor conservados de Estados Unidos, alberga unos 200 edificios aunque sólo un 10% pueden ser considerados como originales de los good-old-times. Para la recreación de la historia de Bodie existe un museo, además de paseos turísticos a las antiguas minas.

Saint Elmo, Colorado (EEUU)

Saint Elmo, en el estado de Colorado (EEUU) es otro ejemplo de ciudad fantasma magníficamente conservada. Fundada en 1880, su población aumentó exponencialmente durante los primeros años gracias a la minería del oro y la plata; contaba con varias tiendas, hoteles, escuelas, hasta un periódico local... Sin embargo, cuando la actividad minera comenzó a decaer, el ferrocarril dejó de pasar por esta localidad, en 1952 quedó completamente deshabitada.

El auge y la caída de la fiebre del oro y la extracción de minerales han dejado otras muchas ciudades fantasma por todo el mundo; en Australia hay numerosos ejemplos como Cassilis, Moliagul, Ora Banda o Kanowna. En Nueva Zelanda, la fiebre del oro también creo y destruyó pueblos fantasmas como Macetown, mientras que otras regiones mineras dependientes del carbón como DennistonStockton, en la costa oeste, también sufrieron una suerte muy parecida.

Las otras fiebres: 

Pero no solo el oro enloquece a los hombre, muchas otras materias primas han provocado fiebres parecidas por todo el mundo. Sin duda una de las más peculiares fue Fordlândia, la fantasía capitalista fundada en 1928 por Henry Ford en lo más profundo del Amazonas.

Los árboles crecen en el interior de los almacenes de Fordlandia (Foto: Bryan Denton)

Todo empezó cuando Henry Ford, fabricante de coches y uno de los fundadores de los métodos de producción industrial de Estados Unidos, trazó un plan lograr su propia producción de caucho, un material muy demandado en la fabricación de neumáticos, válvulas, mangueras y tapones.

En aquella época, Brasil era el hogar del Hevea brasiliensis, el codiciado árbol del caucho, y la cuenca del Amazonas estaba en auge desde 1879 cuando las industrias de Estados Unidos y Europa incrementaron su demanda de este producto.

No obstante, para desgracia de Brasil, Henry Wickham, un botánico y explorador británico, extrajo en secreto semillas de Hevea brasiliensis de Santarém, con lo cual proporcionó el suministro genético para plantaciones de caucho en las colonias británicas, holandesas y francesas por toda Asia.

Esto desbastó la industria brasileña del caucho, no obstante Ford detestaba depender de los europeos, ya que temía que Winston Churchill quisiera crear un cartel del caucho. Para alegría de los funcionarios brasileños, Ford, uno de los hombres más ricos del mundo, adquirió una gran extensión de terreno en el Amazonas y decidió apostar por el caucho brasileño.

Henry Ford en un modelo de 1908

Con una falta de humildad cercana a lo temerario, Ford tenía aversión a aprender del pasado, ya en 1921 declaró a The New York Times: “La historia es un disparate, ¿De qué sirve saber cuántas cometas volaron los griegos antiguos?”. Así fue como Ford rechazó deliberadamente todos los consejos de los expertos y se dispuso a convertir al Amazonas en su fantasía utópica.

Desde el principio, la ineptitud y la tragedia frustraron su empresa. Los hombres de Ford hicieron caso omiso a los expertos que pudieron aconsejarles sobre agricultura tropical y plantaron semillas de valor dudoso, lo cual provocó que las plagas destruyeran la plantación.

A pesar de estos primeros reveses, Ford ideo un pueblo al estilo de los Estados Unidos, para que lo habitaran brasileños que quisieran moldearse a lo que Ford consideraba los valores  de Estados Unidos. Ford, abstemio declarado, antisemita y escéptico de la era del jazz, quería que la vida en la selva fuera una experiencia transformadora. Sus gerentes estadounidenses prohibieron el consumo de alcohol mientras promovían la jardinería, bailar en cuadrilla y leer la poesía de Emerson y de Longfellow.

La búsqueda de la utopía de Ford iba aún más allá: los llamados “escuadrones sanitarios” operaban por todo el lugar: mataban perros callejeros, desaguaban charcos en los que se podían multiplicar los mosquitos que transmitían la malaria y revisaban si los empleados tenían enfermedades venéreas.

“En la época de Ford este lugar estaba limpio; en el pueblo no había insectos ni animales ni selva”, afirma dos Santos, uno de los once niños que nacieron en Fordlandia,“Mi padre trabajó para ellos, y hacía lo que le ordenaban. Los trabajadores eran como perros: obedecían”

Los trabajadores no siempre obedecía, con frecuencia se iban a la llamada “isla de la inocencia”, un lugar cercano al pueblo y que contaba con bares y prostíbulos. En 1930, los trabajadores se hartaron de la dieta de avena, duraznos enlatados y arroz integral que impuso Ford y desataron un disturbio a gran escala. Destruyeron los relojes para fichar, cortaron la electricidad de la plantación y cantaron “Brasil para los brasileños; matemos a todos los estadounidenses”, con lo que lograron que algunos de los gerentes huyeran hacia el interior de la selva.

No queda rastro de los coches que Ford pretendía que circulasen por su ciudad  (Foto: Bryan Denton)

En la búsqueda para promover el automóvil como un objeto de consumo, junto con el campo de golf, las canchas de tenis, el cine y las piscinas... los gerentes diseñaron cerca de 50 kilómetros de caminos alrededor de Fordlândia. Sin embargo, prácticamente no hay autos en los caminos cenagosos del pueblo, reinan las motocicletas mucho más prácticas en los pueblos que se encuentra a lo largo del Amazonas.

Un Amazonas que llevó al límite a los gerentes estadounidenses, algunos no lograron adaptarse y sufrieron colapsos nerviosos, otro se ahogó en el río Tapajós durante una tormenta, otro se fue desesperado después de que murieran tres de sus hijos a causa de las fiebres tropicales...

Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, ya era evidente que cultivar árboles de caucho en Fordlândia no sería rentable jamás debido a las plagas, la competencia del caucho sintético y las plantaciones asiáticas recién liberadas de la dominación japonesa.

Ford podría haber evitado estas tragedias y la terrible gestión de la plantación si hubiera buscado consejo de los especialistas o de académicos para cuidar los árboles de caucho, o sobre la capacidad del Amazonas para frustrar empresas, pero no lo hizo... y en 1945 devolvió el pueblo al gobierno de Brasil, cuyos funcionarios transfirieron Fordlândia de una agencia pública a otra, para que se realizaran experimentos infructuosos de agricultura tropical. El pueblo entró en un estado de deterioro perpetuo castigado por las inundaciones y los saqueos.

Fordlandia todavía conserva algunos restos de sus "épocas doradas" (Foto: Bryan Denton)

Actualmente, las ruinas de Fordlândia son el testimonio de la locura que supone intentar que la selva se someta a la voluntad del hombre. Sin embargo, este peculiar pueblo, aun conserva parte de su esplendor gracias a las labores de mantenimiento que realizan los ocupantes ilegales.

Lejos de ser una ciudad abandonada, actualmente Fordlândia es el hogar de cerca de 2000 personas, muchas de las cuales viven en estructuras derruidas que se construyeron hace casi un siglo. Algunos son descendientes de los trabajadores de Fordlândia, otros son inmigrantes llegados de otras partes de Brasil. Las casas que habitan han logrado resistir el deterioro, muchos tienen terrenos pequeños donde pasta el ganado, otros plantan yucas en zonas en las que hace décadas se cortaron árboles de caucho, mientras que muchos otros sobreviven gracias a pequeños pagos o pensiones de seguridad social.

Humberstone, Chile

Fordlandia no es el único fracaso en América del Sur, donde se crearon numerosos asentamientos a principios del siglo XX, amparados por un sistema ferroviario en expansión; algunos de estos pueblos explotaban recursos tan variopintos como los fósiles o el salitre. 

Sin embargo, la invención del salitre sintético durante la Primera Guerra Mundial hizo que salitreras como la de Humberstone o Santa Laura, en el desierto de Atacama, dejasen de tener sentido. Actualmente están declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO

En la actualidad, las ruinas de estos pueblos mineros aguantan como buenamente pueden el paso del tiempo en las implacables llanuras del desierto de Atacama. Abandonados por completo en 1960, un siglo después de la época dorada de la extracción de salitre, hoy en día se pueden visitar de noche, lo que añade un punto más espeluznante si cabe a la experiencia.

Salitrera de Santa Laura, en Chile

El patrón se repite por todo el mundo, distintas fiebres, distintos países, idénticos resultados... En 1908, poco después del inicio de la fiebre del diamante por toda África, el gobierno del imperial alemán reclamó derechos mineros exclusivos en la actual Namibia, criminalizando cualquier nuevo asentamiento. 

Algunos pequeños pueblos como Pomona, Elizabeth Bay o Kolmanskop, quedaron excluidos de esta restricción, y durante años proporcionaron a los colonos grandes cantidades de diamantes. Sin embargo, tras la Primera Guerra Mundial, las cantidades de diamantes se redujeron y las restricciones alemanas terminaron por convertirlos en pueblos fantasmas. Las arenas del desierto de Namibia no tardaron en engullirlos por completo.

Kolmanskop, en Namibia, está deshabitada desde 1956

Cambios en la red hidrográfica:

Sin duda una de las cosas que más puede "descolocar" a una inamovible ciudad es un cambio en la red hidrográfica de la que depende, ya sea para el suministro de agua potable, para sus comunicaciones o como medio de sustento económico.

El cambio en el curso de los ríos para regar las emergentes plantaciones de algodón en la antigua URSS provocó el declive del Mar Aral y la progresiva desaparición de los puertos y ciudades que había en sus orillas. Aquí hablamos en su día de Moynaq, su principal pueblo pesquero.

Lakhpat, en la India, tenía unos 15.000 habitantes en 1818, su principal motor era el comercio y suponía un importante puerto fluvial en las orillas del río Indo. Un año más tarde, un terremoto formaría una presa natural río arriba conocida como Allahbund, el río Indo cambió su curso y comenzó a fluir hacia el mar Arábigo, más al norte de Lakhpat. Sin el río, la ciudad perdió gran parte de su gracia como puerto. En solo dos años la población se redujo a menos de la mitad, unos 6000 habitantes, muchos de los cuales eran comerciantes de otras regiones. Para 1851, todo el comercio había abandonado la ciudad y desde entonces ha permanecido sumida en la pobreza y medio desierta. La población se redujo a 2500 personas en 1880 y llegó a bajar hasta los 463 habitantes en 2001.

Las murallas de Lakhpat es lo único que nos recuerda el pasado de este puerto fluvial.

La construcción de la presas también es un motivo muy frecuente para abandonar pueblos y ciudades situadas en el valle que se va a inundar. La construcción de la presa de las Tres Gargantas, en China, supuso el traslado de numerosas poblaciones rurales. Numerosas ciudades en las zonas más bajas del valle quedaron sumergidas al igual que pasó en otras presas similares en EEUU, Egipto, India o Inglaterra. En algunos casos, como el Lago de las 1000 islas, en China, las condiciones del agua permiten conservar en perfecto estado los restos de las ciudades sumergidas.

Como ya vimos en el segundo capítulo de esta serie, el pueblo medieval de Fabbriche di Careggine cerca del Lago di Vagli, en la Toscana, quedó sumergido tras la construcción de una presa en el valle. Ahora emerge de las aguas periódicamente cuando hay que vaciar el embalse para su mantenimiento. Se espera que en 2023 el pueblo vuelva a ser visitable.

Fabbriche di Careggine bajo las aguas del embalse

Cambios en la red de comunicaciones:

Al igual que pasaba con la red hidrográfica, un cambio en las redes de comunicaciones puede resultar fatal para una ciudad. Históricamente este fenómeno se podía observar en las líneas férreas, la desaparción de una línea, una parada o incluso una reducción en la frecuencia han sido el comienzo del fin de numerosos emplazamientos por toda Canadá, uno de los países con más pueblos fantasma del mundo.

Esta decadencia también se puede encontrar en la red de carreteras. Muchas antiguas ciudades mineras del Oeste de Estados Unidos sufrieron el cierre de sus minas cuando se agotaron los recursos; la principal vía de comunicación entre todas estas ciudades de la costa oeste, la ruta 66, era el clavo ardiendo al que se agarraban muchas de ellas. Sin embargo, la popular carretera ha ido cambiando con el tiempo en busca de un trazado más rectilíneo y rápido; en cada cambio, había pueblos en los márgenes de la antigua carretera, que quedaban excluidas del nuevo trazado. Ciudades como Oatman, en Arizona, se quedarían sin su principal sustento; hoy en día es un poblado fantasma en el que los burros salvajes pastan y descansan sobre el asfalto de la ruta 66 original. 

En Oatman, burros salvajes pasean tranquilos por la ruta 66

La creación de otras rutas alternativas más seguras y rápidas, como las carreteras I-44 o I-40, pusieron los clavos del ataúd de lo que ahora son poblados fantasma. Sin agricultura, sin minería, sin industria, sin visitantes ni viajeros a los que ofrecer servicios, muchos de estos núcleos perdieron su razón de ser... Este lento abandono aparece reflejado en la película "Cars", donde un pueblo llamado "Radiador Springs" que queda desierto por culpa de la construcción de la Carretera Interestatal 40, a partir de la cual, todo el tráfico pasa por fuera del pueblo sin percatarse de su existencia.

Zonas de exclusión: 

Cuando la NASA decidió construir el Centro Espacial John C. Stennis (SSC), en el condado de Hancock, Mississippi, los responsables tuvieron que adquirir una gran zona de exclusión (aproximadamente 88 Km2) debido a la contaminación acústica y los peligros vinculados a las pruebas con cohetes. Cinco pueblos escasamente poblados (Gainesville, Logtown, Napoleon, Santa Rosa y Westonia) junto con sus 700 familias residentes tuvieron que ser reubicados lejos de la instalación. Algo similar pasó en Boca Ratón en Florida, donde las instalaciones de Space-X amenazan a toda una zona residencial de jubilados estadounidenses.

La ciudad de Weston, en Illinois, pudo votar su extinción. Voluntariamente, el pueblo entregó sus terrenos para la construcción del Fermilab (Laboratorio Nacional Fermi), el segundo acelerador de partículas más potente del mundo. Hoy en día todas las carreteras de entrada al pueblo han sido bloqueadas con puertas o barricadas para evitar el acceso no autorizado. En el interior todavía se conservan muchas casas o graneros, que se utilizan para alojar visitantes o almacenar equipos de mantenimiento. 


Parece un tranquilo pueblo inglés, pero Copehill Down es en realidad un campo de entrenamiento militar.

En Inglaterra, varias aldeas fueron confiscadas por la Oficina de Guerra durante la Segunda Guerra Mundial para servir de campo de entrenamiento para las tropas británicas y estadounidenses. Imber, en Salisbury, así como otras aldeas de Stanford se plantearon como una medida provisional, sin embargo la población nunca pudo regresar a sus casas. Cerca de Imber se encuentra Copehill Down, una ciudad desierta que se ha construido específicamente para entrenamientos en guerrilla urbana.

Otras aldeas en Inglaterra como Polphail, Argyll o Bute, fueron construidas para albergar a las familias de los trabajadores de una plataforma petrolífera cercana. Los pueblos se terminaron, pero la plataforma jamás llegó a materializarse con lo que todas estas aldeas quedaron desiertas antes de haber llegado a tener ni un solo habitante. 

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