El domingo 18 de abril de 2021, un avión medicalizado procedente de Argel aterrizó en el aeropuerto de Zaragoza. En principio, a bordo viajaba Mohammed Benbatouche un argelino de 72 años gravemente enfermo de Covid. A su llegada, una ambulancia trasladó al paciente al hospital San Pedro de Logroño, donde fue ingresado en la Unidad de Cuidados Intensivos. Rápidamente, el revuelo suscitado, las conversaciones entre susurros y las órdenes desde las altas esferas, evidenciaron que no se trataba de un paciente más. En realidad era Brahim Ghali, el jefe del Frente Polisario saharaui, un grupo que desde los años 70 reclama la pertenencia del Sahara Occidental, un territorio actualmente ocupado por Marruecos.
Brahim Ghali sufre problemas respiratorios tras infectarse de coronavirus, y se habría registrado con un nombre y nacionalidad falsos para evitar problemas con la justicia española, que le acusa de violaciones de los derechos humanos. Según la ministra española de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, Gali fue admitido "por razones estrictamente humanitarias", sin embargo esta explicación no ha convencido a Mohamed VI quien ha querido ver un obstáculo en sus pretensiones de reclamar el Sahara.
La respuesta marroquí ante la actitud del Ejecutivo español ha sido la relajación de los controles fronterizos, lo que ha provocado en las últimas 48 horas la llegada de más de 8.000 personas que han cruzado la frontera, ya sea nadando en el límite marino de Ceuta o bien rebasando la valla de Melilla en sucesivos asaltos. España se ha visto obligada a desplegar al ejercito en la zona en una crisis migratoria, humanitaria, sanitaria y diplomática sin precedentes hasta la fecha. Tras pasar la noche a la intemperie vigilados por los soldados, la mitad de los recién llegados fueron devueltos a Marruecos, muchos volvieron por su propia voluntad al comprobar que aquello no era el paraíso prometido, mientras que otros muchos fueron custodiados por la policía hasta cruzar las numerosas puertas existentes en la valla. 1500 menores de edad siguen en los centros de acogida a la espera de que sus familias los reclamen o el estado español se haga cargo de ellos.
No vamos a entrar a analizar la geo-estrategia que subyace en las complicadas relaciones entre España y Marruecos. Se trata de un conflicto en el que influyen en gran medida las pretensiones de Marruecos sobre el Sahara (respaldadas recientemente por EEUU), colonialismo mal resuelto (tanto por Francia, inestimable aliado de Marruecos, como por España), la presión migratoria de África y la externalización de sus fronteras llevada a cabo por Europa, que mantiene un frágil equilibrio a base de sobornar a países como Marruecos o Turquía para que controlen la inmigración fuera del suelo europeo.
La entrada masiva de inmigrantes marroquís y subsaharianos ha supuesto una nueva crisis diplomática entre Marruecos y España, pero esto no es nada nuevo en Ceuta y Melilla, donde desde hace años se vive un drama humanitario de enormes proporciones. Hoy vamos a hablar de la frontera más desigual del mundo: La valla entre Marruecos y España.
Esto era la valla de Melilla en 1970 |
Melilla dibuja una media luna costera de siete kilómetros de largo por algo más de dos de ancho, y sería una mezcla de ciudad andaluza y barriada magrebí. Oficialmente, tiene algo más de 80.000 habitantes, pero probablemente sean muchos más... La ubicación de la ciudad, un enclave español en el norte de Marruecos a pocos kilómetros de la frontera con Argelia, la convierte en la puerta de entrada a Europa para miles de subsaharianos que cada año intentan alcanzar la tierra prometida.
Un perímetro cuasi militar rodea toda la ciudad. La frontera se plasma en una valla que separa dos mundos: si el PIB per cápita de Estados Unidos supera por seis el de México, la diferencia entre España y Marruecos es de 15 puntos. Esta frontera, la más desigual del mundo, inevitablemente marca una impronta en toda la ciudad.
El gobierno marroquí reclama Ceuta y Melilla desde hace años, dice que le pertenecen. España alega que la soberanía sobre ambas ciudades está fuera de toda duda, ya que le pertenecen desde mucho antes de la colonización europea en África. Paradójicamente, la convivencia entre marroquíes y españoles en la ciudad siempre ha sido y sigue siendo buena.
A pocos metros de la valla de Melilla, en territorio español, se puede ver una maltrecha alambrada de apenas medio metro de altura. Sujeta por unas precarias estacas de madera, esta pequeña valla que cualquiera podría sortear tan solo levantando una pierna, era la antigua frontera.
Muchos aun recuerdan con nostalgia los viejos tiempos, en que podían ir a jugar a la playa a Marruecos y volver a la tarde, no hacía falta vigilancia ni frontera, todo era lo mismo y los guardias fronterizos eran una especie de portero amable que conocía por su nombre a cada vecino.
A principios de los años noventa se registraron las primeras llegadas de inmigrantes subsaharianos a Melilla. Hasta ese momento España, no suponía ningún atractivo para los inmigrantes, tan solo se colaban algunos jóvenes marroquís que no suponían mayor problema. Los primeros conflictos surgieron hace no mucho; cuando Israel atacaba Palestina, aparecían pintadas y algunas amenazas. En los últimos años algunos barrios musulmanes aislados se han radicalizado cada vez más. Algunos de estos barrios, como Cañada de la Muerte, han sido el escenario de varias redadas contra células yihadistas.
Porteadoras en el paso de Beni Enzar, en la frontera con Melilla |
Sin embargo, todo esto cambió el 26 de marzo de 1995. Ese día entró en vigor el Acuerdo de Schengen, un tratado europeo por el cual se abolían las fronteras entre países de la UE y se aprobaba la libre circulación entre los estados miembros. De la noche a la mañana, Melilla se convirtió la puerta de entrada a Europa, y a España, aun acostumbrada a ser un país emigrante, este nuevo escenario le quedó grande.
Unos 800 inmigrantes accedieron a Melilla en 1997, cifra que se disparó hasta los aproximadamente 3000 en 1998. Esta zona, que hasta hace poco había sido todo un ejemplo de convivencia cultural, se convirtió en un territorio en conflicto cuando a mediados de 1998, la Unión Europea comenzó la instalación de dos vallas de seis metros de altura, con cámaras, redes, sensores y cuchillas... una trampa mortal para quienes intentaran cruzar ilegalmente.
La construcción de la valla fue financiada por Europa, que bajo el nombre “Fondos Europeos de Desarrollo Regional”, destinó 35 millones de dólares a este fin. Inicialmente era una sola cerca de tres metros de altura que rodeaba la ciudad y aislaba de los pueblos y montes marroquíes. En seguida, a esta primera valla se le añadió otra en paralelo. En el año 2005, ambas vallas se elevaron hasta los seis metros, y en 2007 se añadió una nueva cerca de tres metros entre ambas vallas.
La barrera parte del extremo norte de la ciudad y llega hasta el sur, donde incluso se descuelga sobre el mar para evitar intrusiones. A partir de este punto, el mar actúa de barrera natural (la mayoría de los subsaharianos no saben nadar). Además de detectores de movimiento, cámaras de visión nocturna y constante presencia policial, las vallas contienen una malla antitrepa que impide introducir los dedos. En determinados puntos del recorrido hay cuchillas. Las comenzó a colocar el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero en el año 2005, pero su instalación se detuvo cuando se hizo público. El siguiente Ejecutivo reanudó la colocación de las concertinas y el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, aseguró que se trataba de una medida “disuasoria y pasiva, porque no agrede, hieren levemente... hay métodos mucho peores”. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, con su oratoria habitual dijo respecto a las concertinas que “habrá que ver si hacen daño a las personas”. Finalmente, la instalación de la alambrada acuchillada fue, una vez más, paralizada.
En octubre de 2020, el gobierno de España empezó a reemplazar algunos de estos tramos de mayor vulnerabilidad por un nuevo modelo formado por barrotes y placas metálicas de más de diez metros de altura coronados por un cilindro antitrepado que hace prácticamente imposible rebasar la valla. La obra cuenta con un presupuesto de 18 millones de euros para "retener humanamente" a quienes huyen de su situación. Los inmigrantes dejaran de rasgarse y mutilarse al saltar, pero corren el riego de caer desde una altura de 10 metros. Tampoco importa mucho, en suelo marroquí, el vecino levantó hace años su propia valla con muchos menos reparos, más baja pero plagada de cuchillas.
La nueva valla pretende ser "más humana y segura" |
Actualmente, la frontera sur del viejo continente mide entre seis y diez metros de altura y tiene doce kilómetros de perímetro. La componen tres vallas consecutivas, con sensores eléctricos de movimiento y ruido, cámaras, mallas que impiden meter los dedos para trepar y, en algunos tramos, una alambrada con cuchillas. A un lado vigila la gendarmería marroquí (cuando no obedecen otras ordenes superiores). Al otro, las autoridades españolas. No es fácil cruzar, la valla no perdona un solo rincón, no hace ni una concesión...
El proceso suele repetirse: los subsaharianos aparecen en grupos de 200 o 300 personas, suben la primera valla con ganchos y clavos en las suelas de los zapatos, saltan, se encaraman a la segunda, y solo los más rápidos logran descender al suelo de Melilla. El resto se queda sentado a medio camino mientras los agentes, debajo suyo, forman un cordón humano. A un lado los policías marroquíes, al otro los españoles y en medio, durante horas, decenas o cientos de subsaharianos encaramados en la valla. La Guardia Civil apoya escaleras en la cerca para que bajen; algunos caen desmayados, otros, ya sin fuerzas, son bajados por los agentes y devueltos a Marruecos por alguna de las puertas de la valla.
Asalto nocturno a la valla de Melilla en 2014 |
El 18 de marzo de 2014, un grupo masivo de casi 800 jóvenes se abalanzó en un intento desesperado de aprovechar su gran número para pasar. La imagen conmocionó a los televidentes españoles: la valla se llenó de subsaharianos escalando desesperados, amontonándose unos sobre otros, colgando de mala manera o atrapados en la concertina con cortes en brazos y piernas; mientras, la policía marroquí los golpeaba con palos para que retrocedieran. Unos 500 lograron llegar al otro lado; muchos de ellos con heridas que requerirían de cirugía.
El 20 de octubre del mismo año, los inmigrantes demostraron su creciente organización al realizar cinco saltos simultáneos en puntos diferentes. Cada grupo estaba compuesto por 50 jóvenes, sólo uno consiguió cruzar.
Dos días más tarde, a las siete de la mañana, lo intentaron otros 80. Alcanzaron la valla, se subieron y se volvieron a quedar bloqueados por ambas policías a cada lado de la valla. De nuevo se repetía la misma escena: decenas de subsaharianos subidos sobre la cerca esperando un hueco, un despiste, un milagro... Ese día, la espera se alargó demasiado, varios inmigrantes sufrieron desmayos, mientras que otros aguantaron sobre la valla semiinconscientes. El último de ellos bajaría a las nueve de la noche tras 14 horas subido a la valla .
Demasiadas veces la cosa acaba en drama. Cuando pedimos que la policía marroquí "intervenga", debemos ser conscientes de lo que implica, sin eufemismos ni mentiras edulcoradas:
- En 2006, 70 inmigrantes intentaron el salto. Un destacamento del ejército marroquí los sorprendió y abrió fuego. Un chico camerunés murió y otros ocho fueron gravemente heridos. Dos más, interceptados por la policía marroquí, murieron a golpes.
- En julio de 2013, unos 125 inmigrantes asaltaron la cerca defendiéndose a pedradas de la persecución de la policía marroquí. Cuarenta pasaron. Tres se quedaron por el camino.
- En septiembre de 2014, dos jóvenes cameruneses murieron, tras ser interceptados por la policía marroquí, junto a otros 160 inmigrantes, cuando se dirigían a la valla. Uno de ellos, Roumián Tisse, de 26 años, fue visto en el depósito de cadáveres de Nador por miembros de una ONG española. El otro muerto nunca más apareció.
El oscurantismo que rodea a cada asalto nos impide saber a ciencia cierta cuántas vidas se han quedado aquí (ayer mismo hubo una víctima mortal). Tampoco tenemos estadísticas fiables sobre cada intento; durante el año 2014 unos 20 000 subsaharianos intentaron saltar y 2 300 alcanzaron Melilla: un 10% de los que lo intentaron.
La población en tránsito de Melilla, unas 2000 personas, llega desde Argelia, el África subsahariana o desde países en conflicto. Siempre han estado ahí, forman parte del paisaje de la ciudad. La mayoría vienen desde el sur, más allá del desierto del Sahara, atraídos por el sueño europeo o espantados por la guerra en su país. Para ellos, Melilla solo es su puerta de entrada a una Unión Europea que, desde mediados de los 90, ya no tiene fronteras internas. Sare Abdallah, nacido hace 25 años en Costa de Marfil, relata su experiencia desde el Centro de Estancia Temporal para Inmigrantes (CETI) de Melilla, donde espera para ser trasladado a Madrid:
—"El primer intento éramos 30, llegamos de noche y empezamos todos a escalar, usando unos ganchos en las manos y con dos clavos en cada zapato para ir subiendo. La policía marroquí nos vio y empezó a lanzarnos piedras. Al chico que tenía al lado le dieron en un ojo y cayó al suelo como un muñeco. La Cruz Roja lo llevó luego al hospital y creo que perdió el ojo. Esa noche tuvimos que bajar y volver corriendo al monte. No lo conseguimos".
En su segundo intento, Abdallah llegó a superar la valla:
—"Conseguí saltar a suelo español, pero estaba la Guardia Civil y me cogieron. Intenté esquivar a tres o cuatro, pero el último me agarró. Le supliqué pero nada... creo que ni hablaba inglés".
Esa misma noche, Abdallah fue devuelto a Marruecos por una de las puertas que hay en la valla, sin explicaciones, sin papeleos. Necesitó un total de doce intentos hasta que logró pasar:
—"El día que lo conseguí nos juntamos 300. Aparecimos todos corriendo, de noche, y empezamos a trepar. La Guardia Civil española tardó cinco minutos en llegar porque tenía el cambio de turno, y así pudimos pasar varios. Sólo 103 lo logramos, yo fui de los primeros. Estaba arriba de la última valla y vi cómo llegaban tres coches de la Guardia Civil. Venían muy rápido así que no me lo pensé: me solté de los ganchos y me dejé caer al suelo desde seis metros e altura. Luego empecé a correr y vi que nadie me perseguía. Vi que, por fin, estaba en España... después de tanto tiempo y sufrimiento."
—"¿Y ahora?"
—"Ahora me quiero ir a otro país. Aquí, en España, no hay trabajo."
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