Centralia es (o más bien era), un pequeño pueblo minero de Pensylvannia, EEUU. Fundado en una zona con la mayor concentración de antracita del planeta, la idea parecía ser muy buena: La antracita es la variedad más densa de carbón, más del 90% de su masa está compuesta por carbono puro, lo que la dota de un característico brillo metálico. Además es compacta, dura y lo más importante, su capacidad calorífica es muy elevada, casi un 50% mayor que la del carbón común.
En su momento de máximo esplendor (1890), Centralia llegó a tener 2761 habitantes; sin embargo, en la década de los 60, con la demanda de carbón menguando, la población descendió hasta los 1100 habitantes. Fue en esta época, un 7 de mayo de 1962, cuando el consejo del pueblo se preparaba para celebrar el Día de los Caídos por todo lo alto... Sin embargo, una sombra en el horizonte empañaba la celebración; cerca del cementerio donde se iban a celebrar la mayoría de los actos había un vertedero cuyos malos olores amenazaban con arruinar tan solemne día. Dicho "vertedero" en realidad era una profunda zanja en una antigua mina al aire libre abandonada... la regulación del Estado de Pennsylvania, conocedora de sus ciudadanos, prohibía tajantemente la quema de basura en minas de carbón.
El 27 de mayo de 1962, un día antes del día de los caídos, Centralia decidió que quería ver arder la basura. En un elegante ejercicio de cuñadismo, se prendió fuego al vertedero y por extensión, a todo un afloramiento de carbón que se ocultaba bajo la montaña de escombros. Inicialmente, el fuego hizo su trabajo, se apagó sin problemas y permitió a Centralia celebrar un día de los caídos sin olor a basura
Al día siguiente, el 29 de mayo, el fuego reapareció y fue rápidamente sofocado. Eso no estaba previsto, pero tampoco era para tanto, nada que los habitantes de Centralia no supieran resolver.
Cinco días después volvía a aparecer el fuego, esta vez se removió la basura con excavadoras para que los bomberos pudieran acceder a cualquier rastro que quedara del incendio. Ahora si que debería estar extinto...
Unos días más tarde se descubrió que un agujero había conectado el fuego con una red de túneles de antiguas minas de carbón. Oculto bajo la superficie, el incendio se había extendido lento pero imparable entre los depósitos subterráneos de carbón. Se intentó apagar el fuego de nuevo inundando el vertedero con agua, no tuvo éxito. Después se empleó arena y otros materiales no inflamables para ahogar las llamas, pero tampoco funcionó. Finalmente, se decidió cortar el avance del fuego cavando zanjas a modo de cortafuegos entre las zonas afectadas y los depósitos que aún no estaban ardiendo, pero la falta de recursos y el exceso de trabas burocráticas impidieron que los trabajos de extinción se anticiparan al incendio. A pesar del lento avance de las llamas, Centralia no fue capaz de parar una amenaza que terminó por llegar al pueblo.
El mayor inconveniente de vivir sobre un incendio es que puedes morir en cualquier momento envenenado por el monóxido de carbono resultante de la combustión del carbón. Otro problema que tenía en vilo a los habitantes eran los huecos que dejaba el carbón en el subsuelo tras quemarse. Estas grandes burbujas debilitaban la estructura del suelo causando derrumbes, socavones o el colapso de edificios enteros. El Gobierno consiguió mantenerse al margen hasta que en 1981, el caso saltó a la opinión pública tras el accidente de un niño que logró salvarse de milagro agarrándose a una raíz tras caer por un agujero de casi 50 m. que se había abierto bajo sus pies.
Incapaz de ignorarlo por más tiempo, el Gobierno organizó un programa de 42 millones de dólares para re-ubicar a la población y demoler las viviendas. Sin embargo, el pueblo se dividió en dos bandos: los que se querían marchar lo antes posible y los que preferían quedarse y dedicar todo el dinero a intentar apagar el incendio. Al final, el Gobierno optó por una decisión salomónica: compró todas las propiedades, dando liquidez para comprar otra casa a quienes quisieran marcharse, y permitiendo que se quedasen en el pueblo quienes así lo deseasen, eso sí en unas casas y unos terrenos que ahora pertenecían al estado.
Hoy en día, los incendios de Centralia están repartidos en un área de unos 15 kilómetros cuadrados y, al ritmo que está ardiendo, se calcula que puede durar otros 250 años más. En 2013, ya sólo quedaban 7 residentes.
Centralia es quizás el caso más mediático pero no es el único ejemplo de ciudades en lenta combustión. En la ciudad de Jharía, en el noroeste de India, cientos de personas mueren lentamente por culpa de trastornos respiratorios y enfermedades en la piel provocadas por el humo tóxico de un incendio centenario. Al igual que Centralia, el suelo de esta región es uno de los mayores y más ricos yacimientos de carbón del mundo; de las 74 minas de carbón que hay en la India, 70 se localizan en esta zona.
En 1916 los británicos produjeron un incendio en una de las minas al intentar extraer los abundantes recursos de la zona; al ser el carbón y la turba un material muy combustible, el fuego se propagó hacia el interior de la tierra extendiéndose lentamente entre las grietas, desde entonces no ha dejado de arder...
A pesar de los numerosos esfuerzos realizados, el incendio ya abarca 17 Km cuadrados con más de 70 focos identificados bajo el subsuelo. Se calcula que con el carbón existente en la zona, el incendio podría continuar activo otros 3600 años más.
En 1995, tras consumirse una beta de carbón, la tierra se abrió engullendo 250 casas; pero ni siquiera esto ha detenido el ritmo de vida en Jharía. Aquí no hay dinero para expropiaciones... la mayoría de sus habitantes han nacido y crecido en una tierra en llamas, un lugar inhóspito que escupe humo tóxico y que amenaza con envenenarles silenciosamente cualquier noche.