Un "buen" día hace 66 millones de años, los habitantes de la Tierra levantaron la vista al cielo para comprobar con estupefacción como una gigantesca bola de fuego del tamaño del Everest entraba en nuestra atmósfera. Para la mayoría de las especies esto fue el comienzo del fin, el pistoletazo de salida de la quinta extinción masiva de la Tierra. Ese día, fue el último de los dinosaurios y el primero de una nueva era dominada por los mamíferos, y por nosotros, los humanos...
El meteorito, de unos 12 kilómetros de diámetro, impactó en lo que hoy es Chicxulub, en la península mexicana de Yucatán, derritiendo la superficie terrestre con una explosión 10.000 veces superior a todo el arsenal atómico existente en el mundo actual. El meteorito llegaba con una velocidad de 20 Km/s, 10 veces más rápido que las balas más veloces, e impactó con tal violencia que liberó una energía equivalente a 100 Teratones (100000000000000 toneladas) de TNT, el equivalente a dos millones de bombas como la del Zar (hablaremos de esta monstruosidad en próximos capítulos). La enorme onda de choque causó terremotos, maremotos y erupciones volcánicas globales.
El material excavado, junto con pedazos del asteroide fueron eyectados a la atmósfera, donde se calentaron hasta convertirse en cuerpos incandescentes que habrían regresado a la Tierra, quemando grandes superficies y provocando incendios globales. Estos incendios forestales se extendieron miles de kilómetros alrededor del cráter con una velocidad vertiginosa.
Por otro lado, la emisión de polvo y partículas a la atmósfera pudo cubrir la superficie terrestre durante varios años, incluso una década, creando un entorno muy difícil para los seres vivos. La producción de dióxido de carbono resultante del choque y la destrucción de enormes cantidades de rocas carbonatadas, causó un dramático efecto invernadero. Otra consecuencia de estas partículas atmosféricas fue el oscurecimiento del cielo, impidiendo que la luz solar llegara a la superficie terrestre. Las temperaturas bajaron drásticamente por la falta de energía solar y los procesos fotosintéticos de las plantas se complicaron enormemente, afectando a toda la cadena trófica.
El asteroide de Chicxulub provocó en un enorme tsunami global, que se extendió por todos los océanos del planeta con olas de hasta un kilómetro y medio de altura. Este tsunami se movió por todas las cuencas oceánicas y arrastró sedimentos hacia el interior de los continentes. A día de hoy todavía se pueden encontrar sus sedimentos en Norteamérica, a 2000 kilómetros de distancia de cualquier costa. En los 10 minutos posteriores al impacto, el cráter tenía casi 1,5 kilómetros de profundidad y la explosión era tan poderosa que aún no había agua en el agujero. Después, el agua se precipitó sobre el cráter y luego se retiró, formando lo que se llama una "ola de colapso".
El tsunami se propagó rápidamente a través de los océanos de todo el mundo con distintas velocidades de flujo, cuanto mayor era la velocidad del flujo, más destructivo era el tsunami. En el Golfo de México, el tsunami alcanzó una velocidad de hasta 40 metros por segundo (144 km por hora). En las cuencas oceánicas del Atlántico norte, el Caribe y el Pacífico sur, la velocidad de las aguas se redujo a la mitad, mientras que en el Pacífico Norte, el Mediterráneo y el Atlántico Sur fueron más bajas.
Pero lo más espectacular de este tsunami fueron sus gigantescas olas, cuya altura dependió de la cuenca del océano y de lo cerca que estaban de la costa. Después de una ola inicial de kilómetro y medio, llegaron más. En algunos puntos del Golfo de México, las olas tenían 20 metros de altura (un edificio de seis pisos), pero en otros llegaron al kilómetro. En el Pacífico sur y el Atlántico norte, alcanzaron los 14 metros. En el Pacífico Norte, más pequeñas, los 4 metros. Para tener en perspectiva el tamaño de estas olas, la ola más grande registrada en el hemisferio sur sucedió cerca de las islas Campbell, a unos 700 kilómetros al sur de Nueva Zelanda, y fue provocada por una tormenta en el océano Antártico y no llegó a los 24 metros de altura. La mayor ola registrada de todos los tiempos fue un tsunami generado después de un deslizamiento de tierra en Alaska en 1958: llegó a los 30,5 metros de altura. En comparación con el tsunami que devastó las costas de Indonesia, Malasia, Sri Lanka, India y Tailandia en 2004 dejando más de 230.000 muertos, el tsunami de Chicxulub durante sus primeras siete horas llegó a tener 29.000 veces más energía, que sin embargo se disipó rápidamente a medida que recorría todo el globo.
Aun así, lo peor estaba por llegar. El impacto del meteorito vaporizó, como mínimo, 325.000 millones de toneladas métricas de minerales ricos en azufre presentes en el lugar del impacto. La brutal colisión liberó cantidades ingentes de azufre, el verdadero 'asesino'. Este elemento químico –y no el asteroide– provocaría un cambio climático a escala global durante al menos dos años; bloqueó la luz solar y causó un enfriamiento de toda la Tierra que acabó con los dinosaurios y con el 75% de las formas de vida del planeta. Fue un infierno local de corta duración, seguido de un largo periodo de enfriamiento global: los dinosaurios se achicharraron y luego se congelaron, pero no todos murieron rápidamente.
Los análisis indican que la mayor parte del material que rellenó el cráter en las horas posteriores al impacto se originó en el mismo lugar del impacto o fue arrastrado por el agua del océano que fluyó de nuevo hacia el cráter desde el Golfo de México circundante. El agua se movía con velocidades que equivalían a la velocidad de los huracanes. En un solo día se depositaron unos 130 metros de material, una tasa de acumulación que se encuentra entre las más altas jamás encontradas en el registro geológico. Estos sedimentos revelan enormes energías de transporte, mucho más grandes que cualquier otra inundación conocida en el planeta. Gracias a los sedimentos depositados en esos instantes podemos reconstruir cómo fue el primer día de una nueva era dominada por los mamíferos.
Hoy en día el recuerdo más evidente de este apocalipsis es el cráter de Chicxulub, un antiguo cráter de impacto cuyo centro aproximado está ubicado cerca de la actual población de Chicxulub, al noroeste de la península de Yucatán, en México. Chicxulub significaría "pulga del diablo" en la lengua maya de la zona.
El cráter mide más de 180 Km de diámetro, formando una de las zonas de impacto más grandes del mundo; por lo que se estima que el meteorito que formó el cráter debía medir por lo menos 10 Km de diámetro.
Fue descubierto por Antonio Camargo Zanoguera y Glen Penfield, geofísicos que trabajaban en Yucatán en busca de yacimientos de petróleo a finales de la década de 1970. Inicialmente, no se pudo encontrar pruebas que evidenciaran que esa inusual estructura fuese un cráter de impacto, por lo que se abandonaron las investigaciones. Años más tarde, Penfield y Camargo fueron capaces de obtener muestras que sugerían que el cráter había sido consecuencia de un gran impacto gracias a la ayuda de Alan Hildebrand, un geólogo canadiense. Entre las pruebas aportadas, se incluían "cuarzo chocado", una anomalía gravitatoria y la presencia de tectitas, iridio y platino en todo el área circundante (el iridio es un metal escaso en la Tierra, pero abundante en los meteoritos y asteroides).
La edad de las rocas y los análisis isotópicos muestran que esta estructura data de finales del período Cretácico, hace aproximadamente 65 millones de años, lo cual confirmaría la hipótesis de que el impacto es el responsable de la extinción masiva del Cretácico-Terciario, aunque algunos críticos argumentan que el impacto no fue el único motivo.
Las pruebas recientes sugieren que el objeto podría haber sido una parte de un asteroide mucho más grande que, tras una colisión en el espacio distante hace más de 160 millones de años, se dividió en una familia de asteroides más pequeños, la familia de Baptistina. Aun no hay consenso sobre si fue un único impacto o si en la colisión de Chicxulub participaron una serie de bólidos que podrían haber impactado al mismo tiempo. Lo que si empezamos a tener claro, es que que el ángulo de impacto (60º) resultó ser el peor posible, con una leve variación en este ángulo, hoy en día los dinosaurios vivirían para contarlo...